Permitidme que, sin más
tapujos ni presentaciones, dedique la primera entrada de mi nuevo
blog sobre filosofía del colapso a un artículo publicado por
Bernhard Pötter en el diario alemán Der Freitag
(https://www.freitag.de/autoren/der-freitag/ein-schmaler-grat).
En él, se plantea por primera vez una disyuntiva trascendental hasta
ahora inédita. Se trata de escoger, en aras de la perduración de
nuestra civilización tecnológica de un modo sostenible en el
tiempo, el sistema político que, bien democráticamente, bien por la
fuerza autoritaria, lo haga posible. En este marco de referencia
surge el nuevo concepto de ecocracia. Al parecer, y por lo poco
escrito hasta la fecha, la ecocracia sería algo así como una
evolución perfeccionada de la democracia, una sucesora natural con
marcado carácter ecologista del que aquélla carecería en sus
albores. Los defensores de la ecocracia así entendida piensan que es
totalmente compatible el impulso de futuras y fuertes medidas
medioambientales con las sociedades democráticas capitalistas, con
todo lo que ello conlleva de afrentas al modo en que éstas operan y
a su orden jurídico. En este sentido, y como apunta el artículo, se
piensa incluso que desde Europa pudieran sentarse las bases de un
nuevo tratado al estilo “Maastrich” con nuevos criterios de
estabilidad ecológica a través de un “Banco Europeo para el
Futuro” (BEF) en el que sus miembros debieran ceder cierta parte de
su soberanía dejando al BEF actuar en caso de incumpliento de lo
acordado o dejación de funciones respecto al medio ambiente.
Lamentablemente, todo
esto queda en poco más que agua de borrajas. Un discurso más
cargado de buenas intenciones pero que en la práctica nada o poco
resuelve. La verdad es que las democracias capitalistas occidentales
ni son ni serán compatibles con la sostenibilidad medioambiental en
nuestro planeta tal y como están planteadas. La razón por la que no
admiten reforma alguna sin perder el núcleo vital de su esencia es
bien sencilla: por mucha protección medioambiental que supuestamente
se intentara prescribir desde las altas esferas, la realidad es que
en democracia los criterios prioritarios son los económicos (que no
destacan por su afán naturalista precisamente) y la última palabra
la tienen siempre las mayorías parlamentarias (y nada impide que
éstas sean poco o nada receptivas a las medidas ecológicas, o
incluso abiertamente negacionistas). Además, muchas de las políticas
absolutamente necesarias para hacer que nuestra civilización fuera
sostenible atentan claramente contra ciertos principios y valores
básicos de las democracias occidentales. Un ejemplo muy claro está
en la superpoblación. Y es que cualquiera que pretenda enfrentarse
seriamente al problema de una civilización sostenible en su
globalidad ha de atacar en primer lugar el problema de qué numero de
personas puede vivir holgadamente en nuestro planeta sin renunciar a
cierto nivel de bienestar. Doy por hecho que el número actual de
humanos es a todas luces excesivo, incluso suponiendo una baja
necesidad de recursos por persona. En este punto hay que tener muy en
cuenta que en nuestras premisas no se puede renunciar a la tecnología
y al bienestar, ya que en caso contrario nos retrotraeríamos a un
estadio de barbarie indeseable, por muy perdurante o “sostenible”
que pudiera ser este estado de las cosas. Por contra, y si se apuesta
por la tecnología y el bienestar, ésta ha de formalizarse de un
modo sostenible sin dilapidar el planeta por el camino, como ocurre
en la actualidad. La clave está, pues, en saber conjugar la
tecnología y el bienestar propios de nuestra civilización con la
sostenibilidad medioambiental, asegurando así la perduración de la
civiliación tecnológica en el tiempo. Y como decíamos, determinar
cuánta gente puede vivir en nuestro planeta y establecer políticas
restrictivas a este respecto son aspectos prioritarios y fundamentales. Pero ¿cómo
y en qué medida una democracia puede subyugar la libertad individual
de las personas restringiendo el número de hijos, o estableciendo
por ley incluso si pueden o no tenerlos? A mi juicio, esto es
imposible sin romper las normas básicas establecidas.
En conclusión, la
ecocracia entendida de un modo democrático no es más que una utopía
irrealizable como tantas otras. Una verdadera ecocracia, o gobierno
de la prioridad ecológica (sin renunciar a los avances tecnológicos)
nunca puede ser estrictamente democrática. O bien tiene aires
marcadamente autoritarios, o bien directamente es un sistema de
gobierno ecologista totalitario, sin más. Aunque particularmente
pienso que nada de esto es factible (de hecho, no creo que la
humanidad tenga remedio alguno), a mi juicio, ello no es
intrínsecamente indeseable, puesto que en su envite va nuestra
hipotética supervivencia. Dicho lo cual, el juicio moral de la
conveniencia o no de dicha alternativa subyace en la conciencia de
cada cual, y en lo que se esté dispuesto a ceder y a tolerar.
La Eco-cracia es una dictadura en la medida que los "eco-dadanos" son menos conscientes de las respuestas necesarias para atender las vecindades a los "puntos de no retorno" en los que se encuentran algunos procesos naturales.
ResponderEliminarUna "eco-blación" consciente de la dimensión de la catástrofe acogerá de buena gana medidas (como la limitación de la población o el consumo de proteínas de origen animal) capaces de detener la calidad del nivel de vida.
Saludos amigos de Filosofía del Colapso. Hablando de formas de evitar el colapso, les presento a continuación una propuesta que pudiera ser de su interés:
ResponderEliminarUNA CIUDAD-ESTADO VIRTUAL, COMO MODELO PARA CONSTRUIR UN MUNDO SUSTENTABLE REAL.
A pesar de la elevada calidad de vida que han logrado alcanzar algunas de las llamadas naciones desarrolladas, lo cierto es que el mundo, considerado como un conjunto de países ubicados en una biosfera frágil y geográficamente limitada, está amenazado de extinción por causa de la depredación del medio ambiente y los conflictos humanos.
No obstante las buenas e importantísimas acciones tomadas por grupos e individualidades en pro de un mundo mejor, el deterioro a todo nivel continúa aumentando peligrosamente.
Después de más de treinta años dedicados a estos asuntos, y por aquello de que “una imagen vale más que mil palabras” se nos ha ocurrido una estrategia alternativa, la cual consiste en el diseño de una ciudad piloto sostenible y autosuficiente que posea todas las características de infraestructura y organización correspondientes a la sociedad pacífica y sostenible que deseamos para nosotros y nuestros descendientes, y cuya presentación en forma de maquetas, series animadas, largometrajes, video juegos y parques temáticos a escala real, serviría de modelo a seguir para generar los cambios necesarios.
El prototipo que presentamos posee algunas características que se oponen, a veces en forma radical, a los usos y costumbres religiosos, económicos, políticos y educativos que se han transmitido de generación en generación, pero que son los causantes de la problemática mencionada, por lo que deben ser transformados.
Si les interesa conocer este proyecto, o incluso participar en él, los invitamos a visitar nuestro sitio web https://elmundofelizdelfuturo.blogspot.com/ (escrito en español y en inglés), donde estamos trabajando en ese sentido.